viernes, 19 de febrero de 2010

Prejuicios dolorosos (Concurso narrativo semana cultural)

3 shakes

Recuerdo a la perfección el día que te conocí. Siendo yo demasiado inmaduro me dejé llevar por lo convencional y te prejuzgué al instante. Surgió en mí un repentino odio inexplicable. Un odio infundado por la invisible línea que separaba a nuestros respectivos grupos de amigos. Todos compartíamos clase, y sin embargo, como si de una sociedad feudal se tratara, apenas no dirigíamos la palabra. Te odiaba por tu forma de vestir, por tu horrible ropa y por tu manera de hablar, pero sobre todo te odiaba, por tu incomprensible popularidad. No era capaz de comprender, cómo alguien tan insensible, tan distante, tan sumamente egocéntrico, y que además se comportaba tan mal con los demás, era tan “apreciado”.
Yo en cambio, parecía vivir prácticamente en otro mundo diferente. Creía que nada me afectaba, tan solo debía llegar a mi meta, estudiando sin cesar, costase lo que costase. Los demás tampoco eran de mi incumbencia, y aunque tenía amigos, no eran más que una agrietada balsa que me mantenía a flote en el agitado mar escolar. Era prepotente, engreído, presuntuoso y extremadamente egoísta. Creía solamente en mí y en mis capacidades considerándome, sin duda alguna, el mejor. Pero eso no era más que una mera ilusión completamente alejada de la realidad.
Aún así, algo nos unía, escondíamos un secreto común sin saberlo y este, teniéndonos encadenados, dominaba nuestro destino al son de una balada macabra. Solíamos esquivar los espejos, huíamos de nuestro propio reflejo y nos castigábamos a nosotros mismos por no ser como debíamos ser, o al menos, como el mundo nos pedía ser. Vivíamos cubiertos por una perpetua máscara que dejando nuestros rostros ocultos, no podía mostrar nuestras lágrimas, y continuábamos caminando por esa yerma y dolorosa llanura que era para nosotros la vida.
Yo sin embargo, alentado por mi familia, que me apoyó y me guió, conseguí reconocer mi problema. Cuál fue mi sorpresa, cuando el día de mi ingreso en el centro de rehabilitación, comprobé que me habían asignado como tu compañero de habitación. Así esperada, nuestra primera reacción fue, sin duda, el recelo. Nos miramos en la distancia con desprecio, y aunque no lo reconociésemos entonces, por primera vez, el estar juntos nos reconfortamos el uno al otro, ya que, dentro de lo que esperábamos con pavor vivir allí dentro, nuestros seis años de “compañerismo” nos daban la ventaja de saber cómo tratarnos. Mas no era ese el sentido de compartir una misma habitación durante tanto tiempo. Las parejas se establecían para vivir juntos el dolor que estábamos a punto de experimentar.
Durante la primera semana, pocas fueron las veces que nos encontramos a solas, y en dichos momentos, no salía de nuestros labios ni la más mínima bocanada de aire. Sin embargo, y muy a nuestro pesar en un comienzo, cuando nuestro sufrimiento fue en aumento, necesitamos del apoyo mutuo, y empezamos por primera vez en nuestra vida, ha hablar cara a cara, sin máscaras ni roles a seguir. Evitando nuestra relación pasada y como dos completos desconocidos, mostramos nuestras almas desnudas sin ningún reparo ya, porque era nuestra única posibilidad de aliviar la agonía de ambos. Conversación tras conversación, entre miles de tribulaciones interminables, nos dimos cuenta de que no éramos tan diferentes, y que ambos en realidad, nos sentíamos terriblemente atemorizados por un mismo miedo; el miedo al rechazo. Mientras me contabas entre sollozos tus emociones, fui capaz de sentir tu dolor e igualmente sentiste tú el mío. Lloramos juntos, y poco a poco, lágrima a lágrima, fuimos lavando lentamente cada resquicio de nuestro ser en busca de alguna luz. Nuestra intensiva búsqueda dio sus frutos, y por primera vez desde hacía ya seis semanas, surgieron entre nuestras facciones, tímidas sonrisas, que sin necesitar ser fingidas, hicieron nuestro tiempo pasar mucho más rápido.
No obstante, una semana antes de salir del centro, sucedió algo horrible, que derrumbó los cimientos de tu renovada pero inestable personalidad. Te informaron de la muerte de alguien muy importante para ti. Tu hermana, la única persona además de yo mismo que conocía toda tu historia, murió en un accidente de tráfico. Tras este hecho, volviste a refugiarte en el pasado y pude contemplar con temor, como volvía a construirse en tu semblante una nueva máscara, que nada tenía que ver con la que rompimos juntos entonces. Me gritabas, me insultabas, e incluso a veces intentabas pegarme, pero yo era consciente de que ese monstruo, no eras tú, y por ello no te culpaba, pero me sentía impotente al no poder hacer nada por ayudarte. A veces despertabas de madrugada ahogando gritos de angustia y desesperación mientras te tirabas del pelo y te arañabas hasta sangrar. Podía ver como se escondía tu alma, completamente destrozada en el rincón más oscuro de tu pecho, atemorizada por la bestia que habías liberado. A sabiendas de que esta actitud no te serviría de nada, puesto que tenías pruebas corporales que demostraban tu inestabilidad y te mantenían encerrado, cambiaste tu estrategia, y escogiste el camino más fácil. Dejaste de gritar, e incluso volviste a sonreír, pero tu falsa faceta no me podía engañar, a mí no. Esa manipulada sonrisa que nada tenía que ver con el regreso de tu felicidad, era tu billete de salida, y lo usaste muy bien. Tan bien, que a pesar de mis esfuerzos por demostrar que en realidad no eras tú el que reías, nadie me escuchó, y nos dieron el alta juntos.
Si me hubieran escuchado, no sentiría ahora esta opresión en mi pecho, y no mojaría esta carta que leo hoy aquí en el día de tu funeral, frente a un ataúd entreabierto en el que descansas ya sin aliento. No he encontrado otra manera de mostrarte, lo mucho que te apreciaba, lo mucho que me ayudaste, y que te quería como a mi propio hermano. Me arrepiento sobre todo, de haberte mirado mal aquél primer día de colegio, y no haber podido tener antes la oportunidad de conocerte, porque no he podido disfrutar como hubiese querido, del tesoro que guardarás ahora bajo tierra. Tu corazón.

domingo, 7 de febrero de 2010

Tribulaciones nocturnas

1 shakes

Respiro. Contemplo con tranquilidad como pasan las horas ante mí y no sé si así debe ser. No sé a dónde voy ni donde me encuentro. Ni tan siquiera sé, si existo. Quizá tan solo viva en un sueño. El sueño de alguien ajeno, que está teniendo un eterno letargo lleno de altibajos. Unas veces sueño y otras pesadilla. Risas y amargas lágrimas. ¿Quién soy entonces? ¿El alter ego de alguien  más?, ¿de un ente paralelo?
¿Qué estoy diciendo? Si no estuviera  aquí conmigo Morfeo, podría hablar con más sensatez y sentido. Pero aún no he encontrado hoy mi paz. No sé qué debo hacer y desde hace varios días me acosa una pesadilla que me aterra repetir si me rindo al sopor de nuevo.
Me lleva de la mano suavemente, y ni siquiera sé dónde voy. Pero de repente surge del silencio un extraño sonido. ¿Y qué es? No lo sé, y por más que lo quiera saber, nunca lo sabré. Si acaso pudiera abrir mis ojos, mis oídos y observar, escuchar. Pero soy ciego, sordo y mudo. Porque nada sé, y todo estoy por conocer. ¿Cómo puedo entonces escapar de esta sofocante incertidumbre?
 Jugando al “pilla pilla” con el conocimiento. Pero como todos los que me han precedido, tengo todas las de perder.
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Based on a work at shakingminds.blogspot.com.
 

TRANSLATE FEELINGS IN WORDS Copyright © 2008 Black Brown Art Template by Ipiet's Blogger Template