martes, 1 de febrero de 2011

Liberación...

1 shakes

Reinaba allí una total y completa oscuridad, y tan sólo las tenues ascuas de su cigarrillo parecían habitar en aquel lugar, tan lúgubre y tan falto de vida. Se podía escuchar en el silencio su decrépita respiración, entrecortada y dolida, acompañada esporádicamente por un estertóreo toser y algún lamento entristecido que entonaba parcamente un turbio réquiem. En el suelo, cientos de colillas consumidas se retorcían al son de sus pulmones corrompidos, bailando junto a jeringas emponzoñadas de vergüenza y desesperanza.

Sin embargo, en el bramor de aquella bacanal regentada por la propia Parca, sonaba un trémulo pulso, un ritmo lento pero constante que ansiaba hacerse escuchar por encima de aquella locura insalubre que inundaba la atmósfera. Se trataba de un latido. El latido de un corazón rebelde, incapaz de resignarse a bailar eternamente junto a aquella su anfitriona, que no era otra que la mismísima muerte.
Mas no todo estaba perdido, no para aquel corazón. En un desesperado intento, latió con un último hálito de fuerza. Aquel impulso recorrió su cuerpo como un relámpago y devolvió a su mirada vacía e inerte el color que hacía mucho había perdido. Reanimó su alma y prendió una llama en lo más profundo de su ser. Entonces, como un milagro, como una fresca brisa en el estío, una lágrima asomó tímidamente sobre sus pestañas, y segura de que era su momento, saltó sobre su tez mugrienta, limpiando no sólo su rostro, sino su alma, purificando hasta sus rincones más ocultos. Junto a ella se desató un llanto descontrolado, una sensación de impotencia y rabia que le hizo convulsionarse y sentirse más frágil que nunca. Más frágil, pero a su vez más fuerte. Ahora su corazón había hablado, y con renovada mirada fue capaz de vislumbrar cómo se abría ante él un camino, que ahora sí, sabía era el correcto.
Con un esfuerzo sobre humano alzó la vista, fijó su objetivo y comenzó a desentumecer costosamente sus engarrotados músculos. Contemplándolo, casi se podía escuchar el restallido de su cuerpo, como si de un armario viejo se tratase, astillado y quebradizo. Levantó sus rodillas, despegó su espalda de la pared e impulsándose con los brazos trató de incorporarse. En ese instante, la macabra sinfonía que sonaba segundos antes silenció su bramido mientras aquella oscura dama, con mirada desafiante lo acosaba a escasa distancia de su cuerpo, oprimiéndolo, desmoralizándole con su gélido aliento, tratando de aplastar aquel repentino instinto de supervivencia. Durante una fracción de segundo, la vida y la muerte se inspeccionaron mutuamente, expectantes ambas, sin saber cuál sería la ganadora. Pero desviando la vista hacia el camino que por fin había contemplado, los ojos de aquel hombre brillaron con renovada fuerza, alimentando su fuego interno por primera vez con esperanza.
Ya sobre sus piernas y sintiéndose omnipotente y dueño de sí mismo, observó cómo la fiera sombra se retiraba claramente enfurecida, llevándose consigo la densa oscuridad y haciendo un poco más visible el camino, que tan sólo se intuía por la leve luz que asomaba bajo la puerta.
Paso tras paso se acercó con ansia, con miedo, con excitación y temor, con expectación, con esperanza, con alegría y pena, con lágrimas brillantes y con la piel erizada.. Posó su mano sobre el pomo de la puerta. Un pomo cálido. Lo giró lentamente hasta escuchar el breve sonido del pestillo y esperó un instante. Sintió la tentación de mirar atrás, pero sabía que nada le esperaba allí, así que respiró profundamente, y abrió la puerta.
Quedó cegado por una luz deslumbrante, acogedora y apelante que lo embriagó enseguida. Dio un paso más aun sin ver nada y por vez primera en mucho tiempo curvó sus labios en el intento de esbozar una sonrisa. Una sonrisa, que devolvió la luz a su rostro, iluminándolo como nunca antes, porque ahora, finalmente había conseguido encauzar su vida rumbo a la felicidad.
           

viernes, 19 de febrero de 2010

Prejuicios dolorosos (Concurso narrativo semana cultural)

3 shakes

Recuerdo a la perfección el día que te conocí. Siendo yo demasiado inmaduro me dejé llevar por lo convencional y te prejuzgué al instante. Surgió en mí un repentino odio inexplicable. Un odio infundado por la invisible línea que separaba a nuestros respectivos grupos de amigos. Todos compartíamos clase, y sin embargo, como si de una sociedad feudal se tratara, apenas no dirigíamos la palabra. Te odiaba por tu forma de vestir, por tu horrible ropa y por tu manera de hablar, pero sobre todo te odiaba, por tu incomprensible popularidad. No era capaz de comprender, cómo alguien tan insensible, tan distante, tan sumamente egocéntrico, y que además se comportaba tan mal con los demás, era tan “apreciado”.
Yo en cambio, parecía vivir prácticamente en otro mundo diferente. Creía que nada me afectaba, tan solo debía llegar a mi meta, estudiando sin cesar, costase lo que costase. Los demás tampoco eran de mi incumbencia, y aunque tenía amigos, no eran más que una agrietada balsa que me mantenía a flote en el agitado mar escolar. Era prepotente, engreído, presuntuoso y extremadamente egoísta. Creía solamente en mí y en mis capacidades considerándome, sin duda alguna, el mejor. Pero eso no era más que una mera ilusión completamente alejada de la realidad.
Aún así, algo nos unía, escondíamos un secreto común sin saberlo y este, teniéndonos encadenados, dominaba nuestro destino al son de una balada macabra. Solíamos esquivar los espejos, huíamos de nuestro propio reflejo y nos castigábamos a nosotros mismos por no ser como debíamos ser, o al menos, como el mundo nos pedía ser. Vivíamos cubiertos por una perpetua máscara que dejando nuestros rostros ocultos, no podía mostrar nuestras lágrimas, y continuábamos caminando por esa yerma y dolorosa llanura que era para nosotros la vida.
Yo sin embargo, alentado por mi familia, que me apoyó y me guió, conseguí reconocer mi problema. Cuál fue mi sorpresa, cuando el día de mi ingreso en el centro de rehabilitación, comprobé que me habían asignado como tu compañero de habitación. Así esperada, nuestra primera reacción fue, sin duda, el recelo. Nos miramos en la distancia con desprecio, y aunque no lo reconociésemos entonces, por primera vez, el estar juntos nos reconfortamos el uno al otro, ya que, dentro de lo que esperábamos con pavor vivir allí dentro, nuestros seis años de “compañerismo” nos daban la ventaja de saber cómo tratarnos. Mas no era ese el sentido de compartir una misma habitación durante tanto tiempo. Las parejas se establecían para vivir juntos el dolor que estábamos a punto de experimentar.
Durante la primera semana, pocas fueron las veces que nos encontramos a solas, y en dichos momentos, no salía de nuestros labios ni la más mínima bocanada de aire. Sin embargo, y muy a nuestro pesar en un comienzo, cuando nuestro sufrimiento fue en aumento, necesitamos del apoyo mutuo, y empezamos por primera vez en nuestra vida, ha hablar cara a cara, sin máscaras ni roles a seguir. Evitando nuestra relación pasada y como dos completos desconocidos, mostramos nuestras almas desnudas sin ningún reparo ya, porque era nuestra única posibilidad de aliviar la agonía de ambos. Conversación tras conversación, entre miles de tribulaciones interminables, nos dimos cuenta de que no éramos tan diferentes, y que ambos en realidad, nos sentíamos terriblemente atemorizados por un mismo miedo; el miedo al rechazo. Mientras me contabas entre sollozos tus emociones, fui capaz de sentir tu dolor e igualmente sentiste tú el mío. Lloramos juntos, y poco a poco, lágrima a lágrima, fuimos lavando lentamente cada resquicio de nuestro ser en busca de alguna luz. Nuestra intensiva búsqueda dio sus frutos, y por primera vez desde hacía ya seis semanas, surgieron entre nuestras facciones, tímidas sonrisas, que sin necesitar ser fingidas, hicieron nuestro tiempo pasar mucho más rápido.
No obstante, una semana antes de salir del centro, sucedió algo horrible, que derrumbó los cimientos de tu renovada pero inestable personalidad. Te informaron de la muerte de alguien muy importante para ti. Tu hermana, la única persona además de yo mismo que conocía toda tu historia, murió en un accidente de tráfico. Tras este hecho, volviste a refugiarte en el pasado y pude contemplar con temor, como volvía a construirse en tu semblante una nueva máscara, que nada tenía que ver con la que rompimos juntos entonces. Me gritabas, me insultabas, e incluso a veces intentabas pegarme, pero yo era consciente de que ese monstruo, no eras tú, y por ello no te culpaba, pero me sentía impotente al no poder hacer nada por ayudarte. A veces despertabas de madrugada ahogando gritos de angustia y desesperación mientras te tirabas del pelo y te arañabas hasta sangrar. Podía ver como se escondía tu alma, completamente destrozada en el rincón más oscuro de tu pecho, atemorizada por la bestia que habías liberado. A sabiendas de que esta actitud no te serviría de nada, puesto que tenías pruebas corporales que demostraban tu inestabilidad y te mantenían encerrado, cambiaste tu estrategia, y escogiste el camino más fácil. Dejaste de gritar, e incluso volviste a sonreír, pero tu falsa faceta no me podía engañar, a mí no. Esa manipulada sonrisa que nada tenía que ver con el regreso de tu felicidad, era tu billete de salida, y lo usaste muy bien. Tan bien, que a pesar de mis esfuerzos por demostrar que en realidad no eras tú el que reías, nadie me escuchó, y nos dieron el alta juntos.
Si me hubieran escuchado, no sentiría ahora esta opresión en mi pecho, y no mojaría esta carta que leo hoy aquí en el día de tu funeral, frente a un ataúd entreabierto en el que descansas ya sin aliento. No he encontrado otra manera de mostrarte, lo mucho que te apreciaba, lo mucho que me ayudaste, y que te quería como a mi propio hermano. Me arrepiento sobre todo, de haberte mirado mal aquél primer día de colegio, y no haber podido tener antes la oportunidad de conocerte, porque no he podido disfrutar como hubiese querido, del tesoro que guardarás ahora bajo tierra. Tu corazón.

domingo, 7 de febrero de 2010

Tribulaciones nocturnas

1 shakes

Respiro. Contemplo con tranquilidad como pasan las horas ante mí y no sé si así debe ser. No sé a dónde voy ni donde me encuentro. Ni tan siquiera sé, si existo. Quizá tan solo viva en un sueño. El sueño de alguien ajeno, que está teniendo un eterno letargo lleno de altibajos. Unas veces sueño y otras pesadilla. Risas y amargas lágrimas. ¿Quién soy entonces? ¿El alter ego de alguien  más?, ¿de un ente paralelo?
¿Qué estoy diciendo? Si no estuviera  aquí conmigo Morfeo, podría hablar con más sensatez y sentido. Pero aún no he encontrado hoy mi paz. No sé qué debo hacer y desde hace varios días me acosa una pesadilla que me aterra repetir si me rindo al sopor de nuevo.
Me lleva de la mano suavemente, y ni siquiera sé dónde voy. Pero de repente surge del silencio un extraño sonido. ¿Y qué es? No lo sé, y por más que lo quiera saber, nunca lo sabré. Si acaso pudiera abrir mis ojos, mis oídos y observar, escuchar. Pero soy ciego, sordo y mudo. Porque nada sé, y todo estoy por conocer. ¿Cómo puedo entonces escapar de esta sofocante incertidumbre?
 Jugando al “pilla pilla” con el conocimiento. Pero como todos los que me han precedido, tengo todas las de perder.
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
Based on a work at shakingminds.blogspot.com.
 

TRANSLATE FEELINGS IN WORDS Copyright © 2008 Black Brown Art Template by Ipiet's Blogger Template