lunes, 9 de noviembre de 2009

Quiero gritar

3 shakes

Aquí está otra vez, esa sensación que escapa a mi control. Fluye por mi mente, me distrae. Lo mismo me hace feliz, que al momento siguiente siento la impetuosa necesidad de rendirme al llanto. Me oprime el pecho y me impide respirar , me ataca por sorpresa desde algún recóndito escondite de mi mente y luego huye a refugiarse entre las sombras de mi propia incertidumbre. Creí que podría, no dejaba de afirmarlo, y sin embargo al final he sucumbido. ¿Qué puedo hacer ahora? ¿Huir? Es lo más sensato, pero no puedo evitar preguntarme, ¿podría ser? No se si seguir a mi razón o a mi corazón. Este segundo suele equivocarse con frecuencia, y cuando lo hace, duele. Sin embargo el primero me permite a menudo ser más objetivo. Debate entre debates, cuantos han caído en su trampa.

En realidad no se que haré, aunque ahora mismo la balanza se inclina hacia la razón, puede que algo cambie las tornas del juego. Espero despejar pronto mi mente, porque este pensamiento se ha convertido ya en un bucle sin salida, un circulo interminable de reflexión y angustia, de llanto y dolor. Al fin y al cabo siempre termina en sufrimiento.


Tengo ganas de gritar.

domingo, 8 de noviembre de 2009

¿Quieres jugar?

0 shakes

Tengo el recuerdo tan nítido como si ayer hubiese sucedido. Era un día de tantos, gris con cielo encapotado y  el incipiente invierno comenzando a palpar nuestros infantiles rostros con sus heladas caricias y sus nostálgicos susurros. Era uno de los primeros días de colegio, y yo, estaba sentado solo y hecho un ovillo junto a un árbol del patio. Observaba con recelo a aquellos que ya habían conseguido amigos y esquivaba las curiosas miradas de los que se preguntaban porqué yo aún no tenía ninguno. Si bien no era el único, junto a otro árbol residía otra niña que al igual que yo, carecía de amigos, y ambos tímidos apenas si nos miramos un par de veces. Los profesores habían intentado que todos nos relacionáramos, pero aquellos primeros días, tenían nuestras inmaduras habilidades sociales algo mermadas, y sólo los más alegres y despreocupados habían salido de aquella extraña sensación de soledad o de compañía desconocida.

Yo me sentía enjaulado por los lazos de mi timidez y apenas había pronunciado un hola en los días transcurridos . En aquel mi quinto recreo en solitario, contemplaba como la mayoría de los niños jugaban al fútbol, como reían y como correteaban sin parar tras la pelota. Entonces, uno de aquellos, se me quedó mirando fijamente, y yo como era de esperar, giré la cara temeroso de que lo hubiera considerado una ofensa. Miré de reojo para retomar mi visión del juego, y aquel niño seguía observándome fijamente. En un extraño arrebato de valentía, nada propio de mí por aquellos tiempos, lo miré al igual que él me miraba. En cuanto le devolví el contacto visual, comenzó a caminar hacia mí, y sin mediar palabra, me tendió la mano. Me quedé observando su mano frente a mí durante medio minuto y entonces dijo:

-¿Quieres jugar? - me preguntó a la vez que esbozaba una gran sonrisa en su cara.

Por primera vez en todos aquellos días, alguien me había dirigido la palabra fuera de clase, y además su sonrisa sincera me inspiró confianza, así que agarré su mano para levantarme y le asentí con la cabeza a la vez que le devolvía la sonrisa. Fue como un impulso que me ayudó a despertar de mi letargo de timidez. Se convirtió en primer amigo, que no sería uno de los mejores hasta muchos años después.


Para Gabri.
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