Aquí está otra vez, esa sensación que escapa a mi control. Fluye por mi mente, me distrae. Lo mismo me hace feliz, que al momento siguiente siento la impetuosa necesidad de rendirme al llanto. Me oprime el pecho y me impide respirar , me ataca por sorpresa desde algún recóndito escondite de mi mente y luego huye a refugiarse entre las sombras de mi propia incertidumbre. Creí que podría, no dejaba de afirmarlo, y sin embargo al final he sucumbido. ¿Qué puedo hacer ahora? ¿Huir? Es lo más sensato, pero no puedo evitar preguntarme, ¿podría ser? No se si seguir a mi razón o a mi corazón. Este segundo suele equivocarse con frecuencia, y cuando lo hace, duele. Sin embargo el primero me permite a menudo ser más objetivo. Debate entre debates, cuantos han caído en su trampa.
En realidad no se que haré, aunque ahora mismo la balanza se inclina hacia la razón, puede que algo cambie las tornas del juego. Espero despejar pronto mi mente, porque este pensamiento se ha convertido ya en un bucle sin salida, un circulo interminable de reflexión y angustia, de llanto y dolor. Al fin y al cabo siempre termina en sufrimiento.
Tengo ganas de gritar.