
Sus pequeños deditos palpaban con curiosidad, descubriendo todo tacto. Con sus regordetes piececitos andaba torpemente buscándola. Tropezó y cayó sobre un gran charco rojo. Lo tocó con la mano, y lo sintió pringoso. Lo olió y lo saboreó. Al instante una figura sobre el charco llamó su atención. Se levantó con imperiosa valentía y a la tenue luz de una pequeña vela, vislumbró el rostro de su madre.
Un sonido indefinido fue expulsado por sus labios carnosos. Se sentó junto a ella y la miró fijamente. En un vano intento de obtener una respuesta, golpeó con suavidad su pálido y terso rostro. Una risita inocente escapó de su garganta mientras giraba rápidamente, dando la espalda a su madre, y se tapaba la cara con las manos. Al no obtener respuesta alguna, se volvió de nuevo. La miró fijamente una vez más y acto seguido se levantó y siguió andando, buscando alguien con quien jugar.