jueves, 12 de marzo de 2009

Escisión



Cálidas lágrimas de helada desdicha recorrían su marmolea tez inmaculada. A lo lejos, se marchaba el tren, el cual llevaba a su amiga. La que había rebuscado en su interior hasta conocerla por completo. Mil recuerdos caían desde sus ojos al suelo de la estación. En medio de la multitud, se sintió más sola que nunca. Y es que ahora, tendría que forjar su propio camino. Tendría que andar paso a paso por la sórdida y cruel llanura de la madurez sin contar con el cayado que había supuesto su amiga. Cien dudas caían sobre ella como perforantes gotas de ácido, que corroían el muro que su personalidad había construido a lo largo de tantos años. El fin de una etapa, que da paso a otra. Otra más dura, mucho más.
Entre convulsiones involuntarias, caminó hacia el banco más cercano y se dejó caer sin fuerzas. Queriendo eliminar las lágrimas de su rostro, se compadecía de si misma por ser tan débil, y a la vez no quería dejar de llorar para que su corazón sintiese más cerca lo que acababa de perder.
Entonces cayó la lluvia, la lluvia de verano. Todos corrieron evitando mojarse. Amanda se levantó con dificultad, y se colocó bajo las gotas frescas que descendían desde al cielo. Y pensó: “El cielo llora también su marcha”. La lluvia que caía en su rostro se unía con sus lágrimas. Y cada vez mayor era el llanto del inmenso azul. Era tal su intensidad que ya comenzaba a cubrir el suelo con una fina capa de templada pureza. En su melancólica soledad, Amanda se abrazó a sí misma en medio de aquella estación de tren vacía. Sin saber que le depararía el futuro.
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