Camina en silencio. En la profunda noche donde nada se mueve. Respiran las flores. Ronrronean las rocas. Canta el viento entre susurros excitados. Alguien le escucha. Brillante melodía entona. Sus pies danzan sobre el agua. Qué emotiva imagen. Vida danzando con vida entre gotas de rocío. Lloran las plantas emocionadas. La luna alumbra. Con su tenue luz los observa con ternura. Despierta una perezosa brizna de hierba. Ella también llora. Sale el sol curioso. Se enciende una llama. Corazón, despierta y admira. Belleza incontenible. Derramo lágrimas. Lloro.
Tú. Tú, que nunca escuchas. Solo oyes sin prestar atención. No has escuchado nunca al viento que tanto tiene que decir. Tú, que nunca has observado. Ni una sola vez has mirado el brillo de una estrella, ni te has detenido a admirar cómo llora el cielo. Tú. Tú, que nunca has olido. Que ni si quiera te has deleitado con el olor de una rosa para descubrir su viveza. Tú, que nunca has saboreado el amor en tus labios. Tú que nunca has palpado un rostro triste para calmar su agonía. Tú, que te hundes en la rutina. Tú, que simplemente vives y no aprecias la belleza. Tú, que nada aprecias, lentamente mueres. Tú, no mereces vivir, pues muerto estás.
¿Qué son? Quizás nadie lo sabe. Llegan de improviso, cuando no los ves y estás desprevenido. Se cuelan en tu mente y comienzan su danza invitándote al mundo que esa noche crees perfecto. Quizá todo verde y lleno de vida. No son más que el deseo de escapar de lo real. Unas veces te inspiran, te ensalzan, te hacen reír, te provocan felicidad… Nunca sabes qué pasará en cuanto cierres los ojos. Pero ellos siempre vendrán para llevarte al lugar que desearías estar, para llevarte al lugar, en el que deberías estar.