martes, 18 de marzo de 2008

Soledad




El murmullo de las olas ofrecía una suave melodía a los oídos de Sara que, acompañado con la cálida brisa que azotaba su rostro, la sumía en un plácido descanso cercano al sueño. Una sensación de paz y tranquilidad que la embriagaba en un mundo de sensaciones que no acostumbraba a sentir. Su vida constante en la ciudad, robaba cualquier ápice de descanso posible que no residiera en el sueño de la noche. Las sensaciones de bienestar que la rodeaban la sumían en un estado de sopor profundo del que nunca querría salir. Había roto con cualquier lazo que la uniera a su pasado, donde los agobios de la profesión reprimían su ser y cualquier estado de tranquilidad era rápidamente desecho por la realidad. Había llegado tras muchas horas de viaje a la antigua casa donde se crió, frente a la playa de arena fina donde ni una sola piedra perturbaba la tersa tez de la costa. Poco a poco, notaba cómo su aliento se entrecortaba. Había llegado a sus raíces para morir, sola, sin nadie que consolase a su ser roto por su propio egoísmo. El cáncer le había destrozado la vida que tanto esfuerzo y dedicación le había costado. Una vida en la que no había espacio para nadie más, puesto que ella no estaba dispuesta a dañar a nadie, consumiendo su felicidad, hasta sumirlo en una rutina diaria, ciñéndolo en un circulo vicioso del que no podría salir sin dolor. Su vida, llena de dinero, no era más que una fachada con la que intentaba ocultar su verdad, la soledad.
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